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Cuando perder no es ganar un poco.

El tiempo es un regalo valioso por eso se llama presente y muchas veces lo desperdiciamos sin remordimiento alguno. Es tan valioso y determinante, que al momento de agotar sus existencias, también la nuestra termina. 

Debería ser un crimen, castigado con severidad, el desperdiciarlo; pero, solo el que llega al final de su vida prematuramente y quien ve cómo se trunca esta vida, pueden así sentirlo. Nadie sentado frente a una computadora, televisor, teléfono u otro dispositivo electrónico o digital durante horas, considera una lástima o cosa semejante, el tiempo “invertido” en ello, antes bien esta actividad se convierte en “su vida”.

Podemos tener mil y una excusas para decir. Es que esto y es que aquello, siempre habrá algo que, ante nosotros, justifique el desperdicio de tiempo. Además somos procastinadores por excelencia, es decir tendemos a aplazar o posponerlo todo. Creemos tener todo el tiempo del mundo, pensamos que somos los dueños de nuestra existencia y olvidamos por completo el hecho de que en cualquier instante, nuestros planes e ideas pueden terminar repentinamente, aun si nosotros no somos la causa directa.

La palabra de Dios nos recuerda: todo tiene su tiempo, y no dice: hay tiempo para perder (Ecle. 3: 1-8) 

Haz, no dejes de hacer, no permitas que tu tableta o tu celular ocupen más tiempo del necesario, que tu computadora o televisor se conviertan en tus únicos amigos  y la única realidad para ti sea la que ves mediante una pantalla (Sal. 19:1)


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