¿Cuántas veces durante
el día, en el transcurso de la semana o en el mes sientes que necesitas
desahogarte?... Yo me pregunté lo mismo y creo que debería hacerlo diario.
Ahora, una pregunta adicional es ¿con quién te desahogas, lo haces con Dios?
Este escrito, al igual
que los anteriores, está basado en una de esas experiencias personales que suelen
dejarme una buena enseñanza, situaciones que Dios usa para ayudarme a
comprender, pero sobre todo, a mejorar.
Soy mujer y, como la mayoría,
tengo esa curiosa habilidad de guardar todo lo que me sucede o siento hasta acumular
tanto que termino explotando de la manera incorrecta. Pues bien algo similar me
paso con Dios; creía que Él no tenía tiempo para escuchar lo que realmente pasaba
en mi interior, pensaba que, debía soportar todo en silencio, que no debía decir
o expresar nada, porque siempre he escuchado: no te quejes. Anhelaba que en mi vida pasaran muchas cosas, que
pudiera hacer todo lo que mi corazón deseara, pero siempre pasaba algo...y ¿qué
creen? no lo podía cumplir, no pasaba nada y a mi alrededor veía como a los demás
les ocurrían cosas grandiosas, se cumplían sus sueños y deseos, pero a mi…nada.
Una mañana Dios usó a
mi esposo. El sabia cuán grande era la necesidad de desahogarme, pues tenía
tanta rabia acumulada que de una manera u otra mi familia resultaba perjudicada.
Esa mañana mi hija mayor salió para su colegio, yo quería descansar un poco más
aprovechando que mi hija pequeña continuaba durmiendo pero por más que quería
conciliar el sueño no lo lograba, daba miles de vueltas en la cama pensando en
todo lo que no había podido hacer... hasta que mi esposo me llamo y empezó a
confrontarme con la palabra, de tal manera que me di cuenta cuan triste estaba
por guardar rencor, envidia y hasta odio en mi corazón, me había acostumbrado a
tener un libreto para mi oración y olvidé lo sencillo que podía ser, además del
hecho de que mi creador me conoce a la perfección.
¿Qué hice? : HABLAR,
de la manera más normal, como lo hago con un amigo, con mi esposo o con un
compañero, me había olvidado que Dios era mi amigo y no me juzgaría por mis sentimientos
sino, al contrario, ayudaría a que mi corazón estuviera en paz. Apenas hable
,saqué de muy dentro de mi todo lo que sentía, sin adornos, sin tantos peros,
sin libretos prediseñados… apenas terminé, sentí tanta paz, tanta tranquilidad;
debo admitirlo deje de estar amargada.
¿Y a ti no te ha pasado
el pensar que por no ver a Dios frente a ti, sientes que no te escuchará?, pues
a mí me pasó y dejé de hablar con El, hasta sentirme ahogada. Hoy te invito a que, si has dejado de hacerlo, si
has complicado las cosas y tienes un libreto con vanas repeticiones en tu
oración, entres ahora mismo tu habitación, en la sala o donde estés más cómodo
y: ¡habla!, Él está ahí para escucharte, para abrazarte, para, sin importar
cual sea tu situación, darte una salida. Hoy ¿te animas a hacerlo? Él te responderá
créelo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Comentar es Bendecir.